EL DERECHO A QUEDARSE EN EL SITIO

En una sociedad que nos impele a seguir hacia adelante siempre, fagocitando información a toneladas, con el carpe diem por bandera, y la creada necesidad de estar renovándonos constantemente para no quedarse atrás. Hoy quiero reclamar mi derecho a quedarme en el momento durante más tiempo del que se espera de mí. E incluso ir más allá, quedarme en el momento rememorando el pasado.

Esto no parecería tan extraño, si no fuera porque soy una defensora a ultranza de los métodos de limpieza existencial al estilo Marie Kondo, el día que me pillas de muy buen humor y con ganas de cambio, zas, me pongo a tirar cosas de cualquier índole.

De forma natural me gusta deleitarme en el presente con perspectivas futuras. El pasado es pasado para mí, un espacio de memorias al que echar la vista atrás solo para destacar lo que he podido aprender y algún que otro momento de nostalgia, pero un lugar de reposo eterno donde las historias muertas no deben tener más importancia que la que tienen.

Estoy en paz con mi pasado, con lo bueno y con lo malo. Recordar lo bueno me hace feliz, pero no me anclo allí pensando que “cualquier tiempo pasado nos parece mejor”, al contrario, me siento feliz sabiendo que, en las oleadas de experiencias siempre he sabido surfear para ir hacia adelante, descubrir lo que tengo ante mis ojos y, sobre todo, saberlo apreciar.

Al recordar lo malo la cosa se tuerce un poco, si no es muy malo puedo pasar por los recuerdos como el que intenta hacer meditación y se le aparece la lista de la compra, o la tarea que debe finalizar; miro ese recuerdo desde las alturas y lo guardo en un cajón de la memoria. Sin embargo, cuando me asaltan los recuerdos que hacen llagas en el alma, ¡ay amiga! Entonces qué difícil resulta no coger ese cabo irresistible que me sumerge en una espiral enconada de memorias negativas, de la que es difícil escapar, sobre todo a las horas en las que el sueño me evade como venganza.

Aun así, me considero afortunada al rescatarme al poco tiempo de toda esa negrura porque pienso: ya está, ya pasó, ya no estás allí. Y ese simple mantra me da solaz y vuelvo a mi yo de siempre. Voy aprendiendo de todo, y el buscarle una explicación que me resulte factible, aunque la verdad del pasado sea totalmente subjetiva, me calma lo suficiente para seguir adelante.

Y aquí estoy yo, llena de un pasado al que no suelo volver, ni para lo bueno ni para la malo. Hoy, no obstante, necesito quedarme quieta, y no solo eso, sino mirar hacia atrás y no hacer nada productivo con ello, solo deleitarme.

Acabo de terminar el ciclo elemental de lenguaje musical, o solfeo como se le conoce popularmente. Y lo dejo aquí, porque mi espíritu ya está en otro punto de mi vida en el que no me apetece seguir con este estudio (pero que nadie entre en pánico, que con violín sí que voy a seguir). Me he levantado esta mañana pensando que tenía que deshacerme de todos esos apuntes y fotocopias que ya no tendrían sentido para mí porque, o ya estoy en un nivel en el que ciertos conocimientos los tengo más que asumidos, o porque, sencillamente, ya no me dicen nada. Abro mis carpesanos y me encuentro de cara con mis recuerdos de primer año, así, zas en la cara sin previo aviso. He hecho una foto de un ejercicio para mandársela a mi querido grupo de supervivientes de quinto, o sea, a otras cinco personas, y les he escrito un “qué sencilla era la vida entonces”, sin más pretensión que una nota de humor nostálgico. Pero la verdad es que cuanto más me he sumergido en esos ejercicios, exámenes y recuerdos, menos ganas he tenido de deshacerme de ellos. La pereza de la memoria me ha asaltado y he querido quedarme justo en ese instante. He archivado los apuntes del último año y he cerrado el carpesano de nuevo, dejando a buen recaudo todas esas hojas que me sacan una sonrisa al verlas.

 Me he permitido, por primera vez en mucho tiempo, quedarme en el sitio por puro placer e incluso no solo volver al pasado para recordarlo con cariño, sino guardarlo para poder volver en algún momento futuro. Seguramente, llegará el día en que pase página también de estos momentos, con total tranquilidad. Que pueda recordarlos con tan solo evocarlos, sin necesidad de un documento físico, y no me produzcan esa mezcla de alegría mezclada con cierto dolor por la sensación de que he acabado un ciclo en mi vida, como tantos otros porque, al fin y al cabo, he comprendido que lo que ahora me hace soltar la lagrimilla es precisamente ese pensamiento final de tener que dejar ir algo que he vivido durante cinco años.

Así pues, en vez de autoimponerme la disciplina de cerrar un libro para pasar de forma inmediata al siguiente, he decidido dejarlo abierto en la última página, sobre cualquiera de las estanterías de mi mente para poder echarle un vistazo de vez en cuando, y disfrutar de la nostalgia del recuerdo. Hoy quiero quedarme en el sitio y mirar al pasado porque eso es lo que hoy me hace feliz.

 

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